¿Le puedo
ofrecer algo más? Preguntó con un desenfado y una muy fingida preocupación por su
satisfacción. Aún así Diana no presto atención a la mesera con falda almidonada
y sonrisa prefabricada que se erguía a su lado y con un simple movimiento de
cabeza respondió de forma negativa.
Si la mesera se
fue pensando que era una payasa, era la última de las preocupaciones en su cabeza trabajando como si fuera una
computadora rendereando la última película animada de Pixar.
El café ya
estaba lo suficientemente frío como para resaltar el pésimo sabor que lo
caracteriza en ese restaurante, pero ella seguía moviéndolo con su cucharita
como si fuera recién hecho.
- Seguirás sin
decir nada, ¿verdad? Sentenció el.
La cucharita no
dejaba de moverse en el café.
- No le pusiste
azúcar, la crema tiene 40 minutos que esta integrada al café, lo único que me
queda creer es que te quieres hipnotizar con el movimiento, o alguna razón
ilógica como esas.
- No se cómo
empezar.
La cucharita
abandonó por fin su incesante giro para descansar sobre el platito blanco que
acompañaba junto con un intacto pedazo de pastel a que Diana se decidiera, ya
sea a comer o a hablar.
- Vaya, al
menos rompiste el silencio, y dejaste en paz al pobre café.
Se recargó sobre
el respaldo de la silla y en un gesto victorioso cruzó los brazos mientras sus
ojos café se quedaban fijos observando los pequeños mechones que caían por el
rostro y que de vez en vez sus delicados dedos trataban siempre con el mismo
fallido resultado, de acomodar en otro lugar donde la gravedad no los pusiera
de nuevo frente a su ojos.
- La ventaja
que tienes conmigo es que conoces de sobra que fingir, aparentar o incluso
actuar frente a mi no tiene el efecto manipulador que has desarrollado todos estos
años para ocultarte bajo todas esas máscaras.
El seguía
impávido, recargado de la misma manera observándola, dibujando mentalmente cada
uno de los rasgos faciales.
Diana levantó
la vista, por primera vez durante la hora que llevaba sentada en esa esquina
del restaurante, sonrió.
- No son
máscaras, de verdad. Replicó al fin.
- Ah no,
cierto. Tu no usas máscaras, es maquillaje. Insistió el.
- No, las
máscaras no duelen, esto es piel.
- Caras sobre
puestas sobre otras tantas, máscaras al fin.
Diana se
revolvió en su asiento, las palabras de el resonaban en su cabeza, lo odiaba
por que siempre tenía ese efecto en su interior.
- Máscaras
entonces. Pero el punto es que no se cómo.
Las facciones
de Diana no cambiaban y repitió. – No se como empezar, no es algo que haya
hecho alguna vez, no que yo recuerde al menos.
- Es muy
probable que si, pero por obvias razones y máscaras, has olvidado recordar a
la persona que eras antes, cuando
traías configuración de fábrica.
- ¿Tu me
recuerdas así?
- Claro, así
fue como te conocí y siendo sinceros esa actitud es la que me hizo enamorarme
de tu interior.
- Tu nunca te
enamoras, no me salgas con esos cuentos ahora.
-Ah, que bien
te conozco pero que poco me conoces tu a mí.
- Tu nunca te
enamoras, lo se mejor que nadie.
- ¿Viste el
teléfono en el aparador de la entrada? ¿El blanco con la manzanita?
Se acomodó en
la silla con un movimiento suave hacia delante, los codos recargados en las
rodillas y cargando una sonrisa depredadora. La mirada estaba en la entrada del
restaurante donde aún entraban unas cuantas personas a la farmacia o por un
café.
- Si lo vi,
¿pero eso qué? ¿Tan pronto me vas a cambiar el tema? Es demasiado pronto hasta
para ti.
La sonrisa no
mermó y la mirada de su cara afilada giro lentamente hacia ella posándose mucho
mas allá de sus pupilas, invadiéndola de repente.
- La gente se
enamora de ese teléfono cuando lo ve, que pueda o no comprarlo es otra cosa, es
más cuando se enamoran con fuerza pueden incluso dejar de hacer otras cosas con
tal de poder endeudarse y comprarlo.
Cuando tu hijo
te mira una noche cuando regresas de trabajar y dices que vas a salir por que
olvidaste comprar algo y el te dice no te vayas mami, por favor, te extrañé.
Eso es amor.
- No metas
sentimientos fraternales en esto, no metas a mi hijo aquí, no tu. No tienes el
derecho.
- Entendiste el
punto.
Retomó su
posición hacia atrás en el respaldo y la sonrisa se volvió sarcástica, un tanto
hiriente.
- Si, entendí.
Y ya se como empezar, era muy fácil hacerlo. Quiero que te vayas de mi vida.
Estalló en una
carcajada que hizo que ella se estremeciera, sus ojos se encendieron y con una
sonrisa que podía intimidar a cualquiera que lo mirara, se acerco a escasos
centímetros de su rostro y escupió con los ojos inyectados:
- Eso mi
querida niña, ¡es imposible!.
- No, no es
imposible, ¿ves como realmente tu eres el que no me conoces?
Diana no se
apartó de su cara, no parpadeó y se veía segura.
La sonrisa
desapareció y con dureza en cada una de las palabras de manera pausada y clara
subrayó. - Estás clavada a mi como yo a ti, tenemos el mismo tipo de sangre
incluso, yo llevo el registro de cada uno de tus resbalones, de tus errores, de
tus mentiras, de tus placeres sucios.
- Y yo llevo
cada una de las cicatrices de esos resbalones, yo he pagado las facturas de
todo eso que tu dices que llevas la cuenta. Por lo mismo, yo soy la dueña
absoluta de mis decisiones, no tu.
- Estás
equivocada, sin mi no serías lo que hoy eres, te guste o no.
- Pues no me
gusta en lo que me convertiste con tus ardid, con tus manipulaciones, tus
cortinas de humo, tus falsas promesas.
- Yo nunca te
oculte la mala influencia que soy, así que no me puedes reclamar por tus
decisiones. Sabías que escucharme te traería sus consecuencias, te lo dije:
viene en las letras grandotas del contrato.
No habían
pasado ni cinco minutos desde la última vez que la insistente mesera volvía a
ofrecer mas café. Diana simplemente volteó con una mirada decidida y contesto
con una calma que hasta a el le sorprendió.
- Señorita, es
usted muy amable en preocuparse por mi, pero en el momento que necesite algo
más yo le aviso, no tenga la menor duda, si desea que ya le pida la cuenta para
no tener que atenderme por que solo llevo pedido un triste café que ya está
frío, entonces tráigala de una vez para que pueda estar en paz, pero aún no me
voy a retirar por mas que insista. Muchas gracias.
Hay momentos en
que las fronteras son muy evidentes, que no necesitas de un letrero para saber que has cambiado de estado, de
municipio, de carril o de ánimo. Diana portaba una bandera diferente a la que
traía al momento de pedir su mesa para uno con el hostess del restaurante.
Las miradas se
volvieron a encontrar, no había debilidad en ninguna de las dos, existía
seguridad en ambas.
Jugaban en la
misma liga, lo sabían y no había necesidad de mencionarlo.
- Me declaro
emancipada de ti, de tu influencia y tu control.
- Vas a volver,
lo sabes. Puedes dejarme, pero solo es temporal. Aprendiste a vivir conmigo,
como dicen los gringos, “twentiefour/seven”.
Una sonrisa
sarcástica de seguridad en si mismo, que casi rayaba en la soberbia se tatuó en
su rostro.
- Por esa
seguridad me enamoré de ti, y será de las cosas que aprendí y me apropiaré sin
duda. No te lo agradezco, por que no hay motivo.
- Volverás.
- Tal vez, pero
nunca más tendrás el control, te dejé manejar mi vida, pero eso solo pasará una
vez.
Se recargó
sobre el respaldo y sonrió.
La mesera pasó
por la mesa de Diana, le dejó la nota y le dijo: Le dejo su cuenta, soy Claudia
y espero regrese pronto.
Se levantó y
recogió su bolsa que se encontraba en la silla frente a ella, tomo la cuenta de
la mesa y abandonó la solitaria taza de café a medio consumir.
Desprenderse de
un ciclo, renunciar al café después de tantos años, decidirse a vivir su vida y
dejar el miedo ahogado en la mezcla fría de sustituto de crema para café con
azúcar, pensó, es bastante para los 18 pesos que me costó esta pequeña plática.
Hasta luego y
muchas gracias, le despidió la señorita que hacía un par de horas la había
recibido con un:
- Buenas
tardes, ¿mesa para dos?
- No, una
persona solamente.
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